En cuanto consigues separar los pies del suelo, lo demás es fácil. Hay que mantener el impulso, adoptar perfil aerodinámico, con los brazos pegados al cuerpo, la nariz apuntando a las nubes y el cabello enredado en el viento. Vas tomando altura o, mejor, la altura te toma y, por fin, se te lleva. Hacia arriba, siempre hacia arriba hasta alcanzar nivel estratosférico. A partir de ahí subes, planeas, haces acrobacias, caes en picado, remontas, te recreas en piruetas, rizos, incluso volteretas. Estás en el vacío y, sin embargo (quizá por eso mismo), te sientes lleno. Un pequeño agujero te baila en el estómago, pero no sientes vértigo sino, más bien, cosquillas. Has vencido a la ley, a la más rígida y cruel de todas. La ley de la gravedad.
Puede que las cosas se compliquen. No hay que descartar la avería, la bajada de propulsión o, simplemente, que las plantas de los pies dejen de lanzar energía aceleradora. También puede ocurrir un accidente, una pérdida de control o un choque con otro ser o vehículo aéreo. En ese caso te verás obligado a descender para coger impulso y retomar altura. Si puedes… Porque, quizá, te veas obligado a aterrizar en picado, tomar tierra balanceando morro y cola, con posible desprendimiento de alerones o de timón. Y, en el colmo de la mala suerte, hasta te puedes estrellar. Pero, en último término, este pésimo desenlace no tendrá mucha importancia. Porque, al fin y al cabo, aunque sea lo último que has hecho, lo has conseguido. Has volado.
Es nuestro sueño más recurrente, el que casi todos hemos tenido de niños y muchos seguimos teniendo de adultos. Como consecuencia (o como causa), ocupa un lugar preeminente en nuestro imaginario. Todas las mitologías cuentan con seres alados y la ingravidez es un don que adorna a la mayor parte de los dioses. Desde Ícaro hasta Supermán, desde Lucifer a Peter Pan o desde Horus hasta el Espíritu Santo, nuestras veneraciones religiosas cristalizan en ascensiones, asunciones, levitaciones, vuelos rasantes o lanzamientos siderales. Ángeles, diablos, brujas, hadas, dragones, esfinges, quimeras surcan los aires. Y es que, como suele decirse, la imaginación vuela y la fantasía se nos va por las nubes.
Y si esto nos ocurre a todos los humanos, de cualquier latitud o civilización, aún más afecta a los heridos por el cómic, aquellos que, con pasión leemos o fabricamos tebeos, historietas, novelas gráficas y demás relatos encuadrados en secuencias y atravesados de bocadillos. Más que nuestros congéneres (aunque sólo sea un poco más), necesitamos separarnos del suelo y elevarnos por encima de las nubes. Porque sabemos que el cielo está “enviñetado” y nadie, nunca, mientras quede espacio para la maravilla, lo “desenviñetará”. Queremos leerlo a fondo, entrar, si es posible, dentro del estrecho marco que separa la realidad y la ficción y perdernos en la vida gráfica, en ese mundo de líneas y colores donde cualquier cosa puede ocurrir. Para leer cómics, aún más para hacerlos, hay que aprender el difícil arte de volar.
No es fácil. Las pistas de despegue son cortas y la mayor parte están llenas de baches y piedras. Puedes caerte antes de haber logrado separar los pies del suelo. Y resulta muy doloroso. No sólo porque te puedes fracturar algún hueso. Sobre todo, porque se te rompen las ilusiones. Nunca te elevarás por encima de la terrestre realidad, nunca alcanzarás ese cielo “enviñetado” con el que tantas veces has soñado. ¡Snif!

Para eso nace la Fundación el arte de volar, para facilitar el despegue. El mundo editorial en general y el del cómic en particular genera muchas expectativas, estimula las vocaciones, las ganas de dar el salto y lanzarse. Sin embargo -insistimos en ello-, la pista para tomar altura suele ofrecer un estado lamentable. Criticamos con frecuencia obras, autores y hasta la propia crítica, pero admitamos que, en España, salvo excepciones, la edición no está a la altura. Atrapados por un inexplicable síndrome de Estocolmo, los autores, especialmente los noveles, no se quejan. Se muestran agradecidos con el editor que les dio la oportunidad, aunque no financiara la producción. Porque en estas tierras pocos editores se plantean pagar el precio, aunque sea mínimo, de la realización. Es verdad que la situación de la mayoría de las editoriales no es boyante económicamente. ¿Eso implica que el sacrificio deba provenir siempre de los autores? ¿Se puede afrontar un año de trabajo intenso a cambio de tres mil euros de adelanto (tarifa habitual en España)?
Los primeros pasos son difíciles para quienes intentan trabajar en el mundo del cómic. Es un problema estructural que esta Fundación no podrá corregir. Somos conscientes de nuestras limitaciones. No ofrecemos la solución, pero sí, al menos, un pequeño parche. Es un parche en un globo que da para tomar altura. Aunque no podremos recoger muchos pasajeros, alguno podrá elevarse y ver el mundo desde arriba.

Los comienzos de un autor tienen incidencia clave en la consolidación de una red creativa original y productiva. Si, por lo que fuere, esa primera fase de su trayectoria fracasa. Si el proyecto no consigue llevarse a cabo o no cuenta con la estructura promocional necesaria, lo más probable es que no sólo perdamos una obra sino también a un autor. En el mejor de los casos nuestro panorama historietístico se empobrece. Es más, según una distopía probable, puede que algunos de nuestros mejores cómics ni siquiera hayan logrado ver la luz, estrellados en esa pista de lanzamiento que, lejos de facilitarles el vuelo, les rompe las alas.La Fundación el arte de volar lleva el nombre del cómic en el que conté la vida de mi padre hace ya casi doce años. Él nunca pretendió ser autor, aunque sí le gustaban los tebeos. Pero también tuvo sueños de elevación. Intentó tocar el cielo, pero le falló la pista de despegue, el motor, las alas y prácticamente todos los sistemas de propulsión. La caída fue inevitable. Una y otra vez. Hasta la desesperación, que es negra y mortífera. Así que me pareció que el título de la novela de su vida podía servir para el de la Fundación. Al fin y al cabo, guardando las distancias, el problema es el mismo. El autor de cómic novel, mi padre y muchos de los que en el mundo estamos tenemos deseos más grandes que las posibilidades de realizarlos. Por eso estamos condenados a desesperarnos, frustrarnos, en el mejor de los casos a resignarnos. Es decir, a caer.
Con la Fundación queremos garantizar unos cuantos vuelos. Aunque sea por una vez, pero sabiendo que, llegado arriba, resulta más fácil mantener la altura. El que se encela, se enciela. Y, a partir de ahí, quién sabe, quizá la gloria no quede tan lejos.
Como a mi padre, como a tantos otros, a la hora de volar nos falla el despegue. Nos estrellamos, algunos ni siquiera logramos tomar aire. Desde la Fundación el arte de volar nos encargaremos de dar ese primer empujón para saltar el muro, para salvar los obstáculos que nos impiden sacar la cabeza por encima de las nubes.
Antonio Altarriba
Fines básicos
Actividades
- Potenciar y apoyar la creación en el ámbito del cómic, la ilustración, el arte gráfico y otros campos culturales.
- Servir como sostén a la investigación académica, en especial para los investigadores noveles, desde una perspectiva amplia y multidisciplinar.
- Constituirse como un actor relevante en el panorama nacional e internacional del cómic, con especial atención al mundo hispanohablante y francófono, secundando propuestas con un profundo impacto social.
- Convocatorias de becas de apoyo a la creación y a la investigación novel en historieta y arte gráfico.
- Participación en actividades vinculadas a las artes gráficas y visuales: salones, jornadas, encuentros, congresos y publicaciones de distinto tipo.
- Desarrollo de propuestas que vayan más allá de las viñetas y afecten al cine, las artes plásticas, el teatro, la música o cualquier otra manifestación cultural contemporánea.