Antoni Guiral inaugura la sección de crítica de la Fundación, El coche de madera. Teórico, crítico, editor, comisario de exposiciones… persona clave en el universo del cómic y patrono de la Fundación. Traza un panorama por las diferentes profesiones que configuran un medio tan rico como la historieta.
Autor de la imagen: Ferran Cornellà
Cuando alguien ajeno al mundillo de los cómics me pregunta cuál es mi profesión… sinceramente, no sé qué decir. Si respondo que trabajo en la industria de los tebeos, su reacción suele ser: “¡Ah, entonces, dibujas!”. Y no es mi caso. Si le digo que he escrito algunos guiones, la respuesta va por aquí: “¡Ah, tú eres de los que rellenan los globos de diálogos!”. Y tampoco. Si contesto que soy técnico editorial, entonces mutis por el foro; quizá ha entendido cuál es mi profesión… quizá no. Si tuviera que explicar a alguien extraño a la profesión cuáles son mis labores en este terreno, necesitaría de algún tiempo. Y ello me lleva a pensar en las muchas tareas que implican los tebeos.
Hay, de entrada, siete quehaceres. Vayamos por orden. Primero, los autores: argumentistas, guionistas, dibujantes del lápiz, entintadores y coloristas. Sin ellos la historieta no existe. Luego, están los editores, las personas que siguen el proceso de trabajo, lo miman, lo cuidan, lo revisan y, finalmente, lo publican, estudiando entre otras cosas el tipo de papel más adecuado para las ediciones. Están también los impresores, de los que poco se habla, pero son otra pieza importante, porque la gran mayoría de cómics siguen siendo publicados en el formato del papel y, por tanto, hay que imprimirlos, y lo mejor posible. Con esta figura se hallan los encuadernadores, que pueden o no estar ligados a la imprenta, y sin los que el tebeo no cobra su forma definitiva. Cuando el cómic está impreso, le toca el turno a los distribuidores, que han de cumplir con su trabajo de llevar el máximo de ejemplares posible a los distintos puntos de venta. Y están, claro, los vendedores, otra pieza importante, porque sin ellos ese tebeo no llega a manos de los grandes protagonistas, los compradores.
Pero, entre los autores y los lectores hay muchas otras labores.
En ocasiones, los coloristas son ajenos al grupo inicial de autores, por lo que se dedican a aplicar el color (sea manual o digital) a las páginas de cómics; por tanto, cuentan, y mucho. Si el tebeo fue publicado originariamente en otro país, de entrada necesitamos a los traductores. Profesionales, por cierto, poco reconocidos (en los créditos aparecen, pero recordemos que su importancia es básica, y que su trabajo genera sus propios derechos de autor). Tanto si el cómic es de autores nacionales como foráneos, la figura de los rotulistas es necesaria. A veces, son los propios dibujantes quienes rotulan (muy pocas actualmente), pero en la gran mayoría de ocasiones aparece la figura de los rotulistas, otro trabajo básico, si tenemos en cuenta que la rotulación es grafismo, dibujo de alguna manera, y que su tipografía ha de adaptarse al estilo del dibujo, se haga la rotulación a mano (ahora, casi nunca) o con una tipografía digital, que en algunos casos confeccionan estos profesionales. Los textos y diálogos de ese cómic han de revisarse, y ahí es donde tenemos a los correctores, personas que velan por la conformidad de la lengua con las normas establecidas. Un cómic siempre (o casi siempre) incluye textos (artículos, prólogos), al menos en la contraportada. Por tanto, está también la figura de los redactores, profesionales que tienen que haberse leído ese cómic y que aportan datos complementarios o nos revelan la biografía de sus autores.
Con las páginas de historieta finalizadas, el material (digital) pasa a manos de los diseñadores o grafistas. Entre sus obligaciones, está la de diseñar la portada, buscar las tipografías adecuadas, centrar las páginas en el formato elegido (dejando los blancos adecuados arriba, abajo y en los flancos), retocar, si es necesario, las imágenes, confeccionar los grafismos (títulos, onomatopeyas), diseñar las páginas de texto (portadillas, créditos, prólogos, artículos, biografías) y compactar todo el material en un pdf en alta resolución para la imprenta. Por supuesto, están los técnicos editoriales. Redactores, colaboradores externos, editores, directores editoriales, personal de marketing y ventas o asesores. Velan por la confección del cómic, buscan ideas para editar, siguen todo el proceso creativo y técnico e indagan fórmulas para venderlo lo mejor posible. Y los divulgadores o críticos, externos a las editoriales, personas que informan de esos cómics, que los promocionan, que los critican, que escriben artículos y libros sobre el medio y que organizan eventos y exposiciones (o sea, gestores culturales). Pueden ser “profesionales” en el sentido de que se dedican solo a esta labor (¿los hay?), pero también aficionados de gran calibre que se vuelcan en sus series y personajes favoritos, aportando investigación y, en ocasiones, ediciones digitales y no venales. Sin olvidar a bibliotecarios o pedagogos, que últimamente, por suerte para todos, se centran bastante en la promoción del cómic.
No quiero olvidarme de los packagers, entre otras razones porque yo también lo soy. Son pequeñas empresas que, en ocasiones, se convierten en editores externos; su trabajo, nuestro trabajo, consiste en proponer una edición o recibir el encargo de una editorial, para confeccionar absolutamente todo el proceso técnico de un cómic, desde recibir los materiales hasta refinarlos si hace falta, buscar a traductores, rotulistas, correctores y articulistas, diseñar los cómics (tripa y cubiertas, como suele decirse), procurar que queden lo mejor posible, confeccionar los pdf y enviarlos a la imprenta y revisar los plotters o pruebas de impresión.
Los destinatarios últimos, básicos, son los lectores. Sin ellos no existiríamos, no lo olvidemos.
Por tanto, cuando sea mayor diré que me dedico a la historieta, en todas sus facetas (casi), y que me siento muy orgulloso de ello.
P.S. He utilizado el plural en todas las profesiones; entiendan con ello que asumo que esos profesionales pueden ser hombres y/o mujeres. Al principio, escribí siempre “o/a” y “os/as”, pero creo que eso dificulta un poco la lectura del texto. Conste en acta.